...continuación de Ciencia y Religión
De la causalidad
En este estado de cosas uno
probablemente se asombre de cómo la ciencia
puede ser tan abrumadoramente exitosa en sus
logros tecnológicos si esas proposiciones y
verdades no se corresponden con la verdadera
esencia de la naturaleza y ni siquiera necesita
ser totalmente coherente o consistente. La
respuesta se apoya en un principio lógico,
bastante desconsolador, definido en primer lugar
por Aristóteles, quien dijo que es imposible
conocer la causa estudiando el efecto. La
relación entre la causa y el efecto no es
unilateral y no podemos estar absolutamente
seguros de que nuestra deducción del efecto sea
la única explicación posible de la causa. Como
vemos, este principio imposibilita la
verificación de cualquier teoría considerando
solo la naturaleza. Una teoría científica debe
ser estimada solo como una posibilidad. El
exitoso funcionamiento de la máquina de vapor no
prueba, ciertamente, la veracidad de la teoría
después de su construcción, ya que Carnot echó
mano de una teoría del calor que a la sazón
había sido descartada y reemplazada por la
termodinámica.
De hecho, todo invento es construido
sobre la base de una teoría ya obsoleta o que
probablemente se torne perimida en el futuro.
Nadie exigiría que una teoría inobjetable en un
momento determinado lo siga siendo en forma
definitiva y absoluta.
Hemos tratado, entonces, de aclarar el
estado provisorio de toda proposición, postulado
o ley científica. A menudo la percepción
intuitiva es la base sobre la que se fundamentan
y desarrollan los nuevos inventos. Las
explicaciones teóricas vienen después,
sustituyendo una a la otra
sucesivamente.
Tratemos ahora de entender el alcance de
la revolución operada en el pensamiento
científico. Ya hemos dicho que el fantástico
éxito de la ciencia produjo una idea exagerada
de su validez. Además del progreso, sin embargo,
da lugar a nuevas consideraciones.
El Primer aguijón clavado en la carne de
"la verdad última de la naturaleza" fue aplicado
por el escepticismo de David Hume. "¿Cuál es
nuestra justificación por usar ese estímulo del
cerebro que llamamos "pensamiento" como modelo y
patrón para el entendimiento de la estructura
del universo?" El puso en tela de juicio la
suprema autoridad de la ciencia y su derecho a
hablar acerca de la existencia de "leyes" en la
naturaleza. Demostró que el principio de
causalidad, la base de la ciencia, no es una
necesidad. También señaló que la ciencia
absoluta no se puede basar sólo en la
experiencia.
El siguiente aporte lo hizo
Emanuel Kant, posiblemente el filósofo moderno
de mayor influencia, en su "Crítica de la Razón
Pura". Kant enseñó que las leyes de la
naturaleza no están ubicadas fuera de la
conciencia humana, sino que están determinadas
continuamente por el proceso del conocimiento y
condicionadas por las percepciones de nuestros
sentidos y por ciertas formas instintivas de
razonamiento humano. Los alcances totales de su
obra fueron valorados solo años más tarde,
después de la revolución operada en la física
del siglo XX.
La filosofía contemporánea de la ciencia
es menos pretenciosa. Sus principios
fundamentales se basan en el estado temporario y
provisional del conocimiento, y las distintas e
igualmente válidas formas de explicar la
naturaleza.
Según Popper, la ciencia no es una
progresión sistemática y gradual en la que
acomodamos hechos y descartamos lo irrelevante
para acercarnos cada vez más a la revelación
final de la verdad. Es, más bien, un osado salto
de un patrón de trabajo a otro. El único
criterio por el cual evaluamos una teoría es su
calidad de práctica. Por supuesto, no siempre
nos adherimos a una teoría o la rechazamos tan
solo por su utilidad para responder a los
reparos. A veces tenemos interés en aferrarnos a
una teoría por razones metafísicas y en ese caso
la modificamos agregando hipótesis ad hoc
para explicar las desviaciones.
De la verdad y la
realidad
La mayor innovación del pensamiento
moderno es que la ciencia no continuará
basándose en la inducción, o sea, la compilación
de observaciones experimentales y la inferencia
de generalizaciones. Los hechos ya no son más
conceptos primarios. Como dijera Kant, los
hechos no pueden ser concebidos o descritos a
menos que formen parte de un completo sistema
conceptual que debe preceder a cualquier
hecho.
Eddington escribió que las leyes que
encontramos en la naturaleza solo son aquéllas
que la mente humana ha colocado en ella. Nunca
podríamos formular leyes que nos pareciesen
irracionales, aunque ellas existiesen. La
importancia de este concepto no puede ser
subestimada. Esto significa que la verdad
científica nunca puede corresponderse con la
realidad. J. A. Wheeler ha dicho que las
leyes formales de la naturaleza no la describen
a ella sino al estado presente de nuestros
conocimientos sobre la naturaleza.
El descubrimiento de la geometría no
euclidiana ha demostrado la posibilidad de
construir distintos sistemas axiomáticos para
describir la naturaleza, cada uno diferente del
otro pero consecuente consigo mismo. La
geometría que nos es familiar a todos, atribuida
a Euclides, es un ejemplo de una ciencia
perfecta y nadie se hubiera atrevido a desafiar
su verdad. Y sin embargo, en el siglo XIX,
Riemann consiguió formular una nueva geometría,
también ella perfectamente verdadera.
Pero ¡ay! Las leyes de Riemann contradicen
la geometría euclidiana. ¿Cuál es, entonces, la
verdadera? ¡Ambas! Cada una lo es desde el punto
de vista coherente, pero no tenemos forma
de probar que alguna de ellas concuerde con la
verdadera geometría del universo.
Esta aparente contradicción no tiene una
importancia real, puesto que ambas teorías se
basan en dos hipótesis diferentes y sus
definiciones y axiomas básicos son distintos.
Similarmente, las teorías científicas
respecto a la edad del universo no
pueden refutar la cronología
religiosa.
La ciencia presupone el axioma de que las
leyes de la naturaleza, tal como las hemos
formulado anteriormente, son exteriormente
invariables en cualquier lugar, y que otras
fuerzas nunca han existido. A la luz de este
axioma las teorías científicas son
comprensibles, pero no pueden refutar el
conocimiento basado en otros axiomas. Uno solo
puede argumentar que el método científico es el
único apropiado para lograr el conocimiento de
la naturaleza. Pero siempre hemos señalado que
la ciencia nada nos puede informar acerca de la
realidad esencial. Verdaderamente, la Torá no le
fue otorgada al hombre para enseñarle la física.
Pero allí donde incluye conocimiento sobre la
naturaleza entonces el bendito Creador se
constituye en la única fuente autorizada de
verdad.
Lo antedicho puede resolver una
contradicción de larga data. Nosotros sabemos de
la existencia del libre albedrío en nuestras
vidas y no obstante suponemos que hay
determinismo y causalidad en la naturaleza.
Ahora podemos comprender cómo ambos principios
pueden existir lado a lado. Siempre hemos
sostenido que no podemos observar directamente
la causalidad, pero de todos modos la hemos
considerado como el propio postulado de nuestras
observaciones de la naturaleza. Ahora resulta
claro que el determinismo y la causalidad son un
principio regulador enclavado en la lógica
humana. La plasmación de las leyes físicas se
origina en nuestra percepción de la naturaleza;
no es algo inherente a la naturaleza misma. Es
la lógica humana la que impone el determinismo y
la causalidad a la naturaleza. No existe aquí un
conflicto real. Simplemente percibimos la
naturaleza cognoscitivamente y nuestro yo
interno - existencialmente, es decir, percibimos
el mundo que se halla fuera de nosotros mismos
de modo diferente que nuestro mundo
interno.
No hay conflicto
Hemos visto, por consiguiente, que si
examinamos más críticamente el alcance y validez
de la ciencia sobre la base tanto de la lógica
como de la filosofía de la ciencia, llegaremos a
la conclusión de que no es posible una
contradicción entre la ciencia y la información
revelada por la tradición judía. Para aclarar
aún más este punto analicemos las siguientes
observaciones.
El científico no considera a la
naturaleza como una tabula rasa -
una hoja en blanco. Ciertos axiomas básicos se
dan por supuestos. La suposición de que las
"leyes de la naturaleza" nunca pueden cambiar en
el tiempo ni en el espacio es esencial para la
ciencia, aunque no puede ser probada,
naturalmente. Lo mismo es aplicable a nuestro
supuesto acerca de la validez del método de
inducción. La mayoría de las entidades físicas
no pueden ser observadas y son, en realidad,
conceptos metafísicos, como la fuerza, la
energía y así sucesivamente.
Es, por lo tanto, obvio, que la
proposición no científica puede ser más válida
que los axiomas sobre los que se basa la ciencia
misma.
Por ejemplo, el método del radiocarbón
para determinar la antigüedad de reliquias
arqueológicas se basa, parcialmente, en los dos
supuestos siguientes: 1) La mengua radioactiva
del carbono-14 se produce siempre en la misma
proporción que la observada en los últimos
cincuenta años, y 2) La concentración inicial
del carbono-14 hace milenios fue la misma que en
la actualidad. Ciertamente, el cálculo de datos
depende de estos supuestos, que probablemente no
pueden ser probados, y parecen ser una osada
extrapolación de los datos actuales. No es
nuestra intención criticar los datos
científicos, sino aclarar que la ciencia debe
basarse en axiomas, conceptos y supuestos a
priori. La verificación de esos fundamentos
sobre los cuales la ciencia es construida,
excede la capacidad del hombre y está fuera del
alcance de la ciencia. La verdad de ésta
depende, por lo tanto, de la verdad de su
base metafísica, que no puede ser comprobada por
ser, precisamente, metafísica. Un círculo
desesperanzado e inacabable para aquéllos que
confiaban en que la ciencia fuese la clave para
revelar los secretos de la
existencia.
El método científico podría ser aplicable
a los fenómenos medibles y cuantificables. Si no
se hiciera así, si se afirmase que no existe una
fuerza directriz en la naturaleza sino solo
casualidad y un azar ciego, entonces la ciencia
no "probaría" que no hay Providencia, sino más
bien daría por sentado que ésta no existe. Esto
excluye, forzosamente, lo sobrenatural de su
teorización, puesto que los milagros no pueden
ser adecuados a las leyes de la naturaleza, que
son la formulación de la ciencia. Para ilustrar
mejor este asunto citemos lo escrito por George
Wald, ganador del Premio Nobel de medicina en
1967, acerca del terna "El origen de la vida"
(Scientific American, agosto de
1954):
Lo razonable fue creer en la generación
espontánea; la única alternativa era creer en un
único acto primario de creación sobrenatural. No
existe una tercera posición. Por esta razón
muchos científicos eligieron, hace un siglo
atrás, considerar la creencia en la generación
espontánea como una "necesidad filosófica"...
Pienso que un científico no tiene otra
posibilidad más que proponer el origen de la
vida a través de una hipótesis de generación
espontánea... Ahora debemos encarar un problema
un tanto distinto: cómo se originaron
espontáneamente los organismos bajo diferentes
condiciones en algún período anterior,
suponiendo que ya no lo seguirán
haciendo.
Finalmente concluye:
Uno debe contemplar la magnitud de esta
labor para aceptar que la generación espontánea
de un organismo viviente es imposible. Sin
embargo - aquí estamos. En consecuencia yo creo
en la generación espontánea.
Conclusion
Hemos analizado tres aspectos del
conflicto entre ciencia y religión:
1. ¿Sigue
la Torá siendo relevante en esta era de la
ciencia? Nuestra respuesta es, definitivamente,
"-Sí!" Los dilemas existenciales de la humanidad
no pueden hallar respuesta en la ciencia.
2.
¿Puede la ciencia contradecir a la Torá en o que
atañe a la realidad física? Nuestra respuesta es
un incondicional "-No!" y se apoya tanto en la
teoría como en la práctica. Lo considerado
verdadero ayer es juzgado como falso hoy. Los
esfuerzos de cierta gente por utilizar la
ciencia para negar la existencia de D-s se
asemeja a un diente de rueda en una máquina
tratando de convencer al ingeniero acerca de
cuál debe ser su correcta ubicación en el
aparato.
3. ¿Cómo podemos resolver la
discrepancia existente entre los conceptos de
libre albedrío y determinismo en la naturaleza?
Hemos encontrado esto menos confuso de lo que
hubiéramos pensado en un principio.
Un
vistazo de cerca nos revela dos formas de
conocer: por un lado el autoconocimiento directo
y, por el otro, nuestra comprensión de los
sucesos externos a través de un filtro de
causalidad. Cada forma complementa a la otra en
la persona que elige libremente hacerse
responsable de sus actos.
Aun cuando estos
límites son comprendidos correctamente la
ciencia encarna un esfuerzo magnífico del
espíritu humano. Y cuanto más incrementamos
nuestro conocimiento práctico tanto más
aprendemos a valorar los prodigios de D-os y nos
acercamos al cumplimiento de la profecía:
"Generación a generación ensalzará Tus obras"
(Tehilim CXLV, 4).